Refugiados casi invisibles



Khaled tiene 24 años y su mujer Aya, 17. Son padres de una pequeña llamada Khansa que apenas alcanza el año y medio de vida. Huyeron de Homs (Siria) por miedo a represalias del régimen de Bachar al Assad y desde hace tres meses viven en un albergue cercano al Estadio de la Juventud junto a otro joven matrimonio de Damasco. 
Ellos son Ahmed, de 24 años y Seba, de 18. Fueron padres hace 4 meses en un campamento de Idomeni y hoy ven crecer a su hija Cham en el albergue Inturjoven de la calle Ramón y Cajal.
La mirada de estos cuatro jóvenes denota fortaleza, madurez y sobre todo agradecimiento. Pese a lo corto de sus edades, la vida colocó a Khaled, Aya, Ahmed y Seba en el núcleo del conflicto -el país de Siria- con la obligación de escapar y no mirar hacia atrás para comenzar una nueva vida en condición de refugiados.
El horror de las bombas y las balas vistas en imágenes o televisión incrementa y se hacen realidad cuando Khaled aparece por el patio del albergue ayudado de dos muletas y con una pierna amputada. Este joven recibió el impacto de un cohete en su casa de Homs que acabó con la vida de su sobrina y su cuñada. Khaled fue trasladado de urgencia a un hospital de campaña donde le amputaron la pierna, con el infortunio de que el hueso quedó astillado y la cicatrización no llegó a cerrarse.
En su país, ser un joven con un miembro amputado es sinónimo de haber perdido la extremidad en la lucha contra el régimen sirio. Motivo por el que Khaled junto a su mujer y su hija se vieron con la obligación de abandonar el país por miedo a represalias.
Huyeron a Turquía donde recuerdan un tránsito muy agradable y una ciudadanía que les brindó toda su hospitalidad. Pero su destino no era ese sino Grecia. Tomaron una lancha hasta llegar a Lesbos y acabar en Idomeni. La situación en el país heleno había cambiado: los campamentos ya no eran humanitarios sino que pasaron a manos militares.
Allí también se encontraban Ahmed y Seba, que conocieron la maternidad y paternidad en un campamento militar. Los jóvenes recuerdan aquellas carpas como auténticas cárceles, donde el acceso estaba muy restringido para la prensa y las ONGs.
Pasados siete meses la suerte de estas familias se tornó con destino España. Madrid los recibió con los brazos abiertos, eran de los primeros refugiados que llegaban al país. Allí se citaron varios representantes políticos, miembros de la Cruz Roja y una ciudad volcada para dar la bienvenida a las familias bajo la promesa de un futuro esperanzador.
Khaled comenta cómo un ministro -del que no recuerda el nombre- le prometió el paraíso una vez llegados a Granada y que el servicio sanitario solucionaría de inmediato el problema de su pierna amputada. 
El ocaso del verano se acercaba cuando las dos parejas junto a sus hijas y el hermano de uno de ellos llegaron al albergue, colindante con el Estadio de la Juventud de la capital granadina. La recepción fue agradable, era el comienzo de otra etapa en sus vidas, en un lugar nuevo y rebosantes de esperanza tras el arduo camino que ya quedó atrás.
Khaled y Aya provenían del oeste sirio; Ahmed, su hermano y Seba del suroeste del país, para pronto formar una gran familia en tierras nazaríes. 
Los primeros días en Granada les evocan cariño y atención, pues el equipo de Cruz Roja que les atendió, formado por dos chicas de procedencia española y marroquí, fue muy atento con las familias en cuanto a necesidades y servicios.
En cuestión de semanas el equipo cambió y las cosas comenzaron a no ir tan bien. Del albergue no tienen queja alguna, reciben tres comidas al día, tienen una habitación para cada familia, con el inconveniente de que el hermano pequeño de uno de los chicos -todavía menor de edad- vive en una habitación de dos por dos metros junto a su cuñada, su sobrina y su hermano. 
Estas personas residen en Granada desde hace tres meses, tienen tarjeta sanitaria pero Cruz Roja no les facilita las citas médicas a excepción del caso de Khaled, para el que han concertado una cita para el rehabilitador el próximo 4 de enero. El idioma es un handicap muy serio para las familias, ya que algunos de ellos desconocen aún la grafía de las letras latinas. 
Cruz Roja organiza clases de castellano todos los días pero con un nivel estándar que les impide avanzar y que reciben junto a otras personas de diferentes nacionalidades que residen también en albergue. Para los jóvenes es muy complicado comunicarse con el exterior y eso les genera una 'marginación' involuntaria con el mundo exterior.
Khaled, debido a su problema en la pierna, ha tenido que acudir más de tres veces a urgencias por fuertes dolores en su herida pero siempre acompañado de personas voluntarias de asociaciones o que se ofrecen a título personal.
Cuando ha intentado contactar con Cruz Roja, que es la entidad que los tutela a través del programa de acogida del Ministerio, nunca lo han acompañado o apoyado en la gestión médica. Este joven aguanta a base de analgésicos mientras lo que necesita de manera urgente es una cita con el traumatólogo y no con el rehabilitador, como le ha facilitado la institución .
En vista de la situación, un voluntario perteneciente a una asociación ajena a la entidad competente, acompañó a Khaled al centro de salud de Gran Capitán y finalmente consiguieron cita para el especialista el próximo día 30.
La falta de comunicación de las familias con Cruz Roja hace que la entidad se demore en el abastecimiento de los medicamentos, de los que también son encargados. "Hay veces que tardan casi una semana en darnos medicinas para las pequeñas", asegura Seba, que también lamenta que la entidad pretende que cada madre gaste cuatro pañales al día porque consideran que "más son demasiados". 
La caridad no está entre los planes de esta familia, pero son varias las personas que les llevan pañales, potitos o ropa al albergue, pues con las ayudas que la institución les facilita le es imposible vivir 'dignamente'. A este asunto se suma la dificultad para comunicarse con los integrantes de Cruz Roja. Lo hacen a través de la centralita del albergue o cuando estos se acercan al lugar, algo que se hace harto complicado pues éstos llegan, les entregan lo que les corresponda y se van rápidamente, sin tan siquiera preguntarles cómo están.
El programa de acogida les garantiza también un dinero mensual que les entrega Cruz Roja: 50 euros a los mayores de edad y 19 euros a los menores, de este modo la familia de Seba y Ahmed suma 119 euros y la de Aya y Khaled, 88. Por tanto, hasta que no mejoren su castellano y consigan la 'tarjeta roja' que les permita comenzar a buscar trabajo, las familias tendrán que arreglárselas para vivir con esa cuantía de dinero. 
Desde su llegada han sido varios los desencuentros entre las familias y la sucursal granadina de Cruz Roja. Por ejemplo, para visitar la sede, Khaled tuvo que esperar dos meses y una vez citado se le advirtió de que si estaban recibiendo ayuda por parte de otras asociaciones o personas dejarían de atenderles, así que tendrían que apañarse para buscar ayuda por otras vías, comentan. 
Los jóvenes están asustados, ya que desde Cruz Roja les han dado tres avisos por 'malas conductas' debido al correteo de la pequeña Khansa por el albergue. A pesar de todo, Khaled, Aya, Seba y Ahmed se sienten felices y agradecidos por haber llegado a "esta bonita ciudad". Lo único que piden es una mayor atención de la institución y sentirse apoyados para que los meses de integración en Granada sean lo más agradables posibles.


27 diciembre 2016 - Granada Hoy

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